Reportaje

Feminismo desde la discapacidad

Donde comprender las diferencias es vital para tomar conciencia de la diversidad de cada mujer con discapacidad
El movimiento de mujeres con discapacidad se articula en torno a lo que daríamos en llamar feminismos periféricos de la década de los 90. Estos feminismos periféricos suponen una importante crítica al modelo hegemónico de mujer manejado por el feminismo tradicional.
Manifestación de mujeres
Manifestaci�n de mujeres

Manifestación de mujeresEl elemento específico que exponen las organizaciones de mujeres con discapacidad es precisamente la construcción social de la discapacidad y su interrelación con otra importante construcción social que no es otra que la del género. La interconexión y la retroalimentación de ambas construcciones sociales exponen a las mujeres y niñas con discapacidad a situaciones de discriminación muy específicas generalmente silenciadas y, por lo tanto, desatendidas.


Este enfoque interseccional, rescatado del feminismo afroamericano y conceptualmente acuñado por la jurista norteamericana Kimberlé Crenshaw, ofrece múltiples oportunidades a la hora de trazar estrategias concretas para poder luchar contra estas situaciones de exclusión que no habían sido desarrolladas hasta entonces. 

"El movimiento de mujeres con discapacidad se articula en torno lo que daríamos en llamar feminismos periféricos de la década de los 90. Estos feminismos periféricos suponen una importante crítica al modelo hegemónico de mujer manejado por el feminismo tradicional"

No hay duda, por lo tanto, de que el movimiento de mujeres con discapacidad se inscribe en el marco de los movimientos feministas, pero ofrece una serie de peculiaridades que enriquecen tanto el discurso como la praxis. La diferencia que marca la presencia de la discapacidad es una dimensión muy relevante en este contexto. La teoría de la interseccionalidad aparece además como el marco filosófico y conceptual que anima todo el edificio teórico desarrollado desde la década de los 90 hasta la actualidad. 

 

Ciertamente, hay una parte del movimiento feminista que considera que la introducción de dimensiones distintas al género en el análisis y abordaje de situaciones de discriminación contra las mujeres puede suponer, cuanto menos, una distracción que juega en contra de los propios intereses feministas de las mujeres, debido a que trasladan el centro de atención a elementos concomitantes considerados de menor relevancia. 

 

Sin embargo, para las mujeres que se hallan situadas en la periferia y que, por lo tanto, han permanecido invisibles e invisibilizadas en las luchas feministas, la interseccionalidad y el feminismo van indefectiblemente de la mano. No supone esto en modo alguno una ruptura total con la tradición feminista precedente, sino por el contrario, supone acercar el feminismo o los feminismos, tanto a las mujeres que han permanecido al margen de estas luchas como a una sociedad desconocedora de la realidad de las mujeres con discapacidad, de sus anhelos, reivindicaciones y necesidades.

"Para las mujeres que se hallan situadas en la periferia y que, por lo tanto, han permanecido invisibles e invisibilizadas en las luchas feministas, la interseccionalidad y el feminismo van indefectiblemente de la mano" 

Las mujeres con discapacidad han tenido que batallar en un campo repleto de hostilidades procedentes de diversos frentes. Por una parte, las organizaciones representativas de personas con discapacidad no siempre han entendido la lucha iniciada por las mujeres de este sector de población. 

 

Para el movimiento de personas con discapacidad en general, las demandas de sus plataformas debían estar centradas en la eliminación de la discriminación que casi cuatro millones de personas con discapacidad sufren en España por el hecho de tener discapacidad. Así, cualquier otra reivindicación que se alejara de este fin único y último carecía de relevancia. 

 

La introducción de la transversalidad de género en sus políticas, tal y como recomendaba Beijing en el año 95, era percibida más como un obstáculo que como una posibilidad de transformación integral. El movimiento enfocado en reivindicar la dimensión de derechos humanos de la discapacidad (no hay que olvidar la larga etapa de presión social que precedió a la negociación y adopción final de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que vio la luz en el año 2006) no tenía la altura de miras necesaria que permitiera hablar, no solamente de enfoque integrado de género en sus planteamientos y en su praxis, sino directamente de feminismo. 

 

Esta paulatina conquista solo se dio con el empuje de las mujeres con discapacidad que ya estaban participando en organizaciones de defensa de los derechos humanos de las personas con discapacidad, conscientes de cómo sus demandas quedaban diluidas en la agenda reivindicativa general, cuando no, directamente excluidas. 

 

Muchas de estas mujeres habían entablado relaciones con plataformas feministas y se hallaban integradas en sus filas, pero, sin embargo, no habían trasladado a esos espacios sus propios posicionamientos como mujeres con discapacidad, viéndose en la inmensa mayoría de las ocasiones avocadas a asumir reivindicaciones que compartían, pero con las que no se sentían plenamente identificadas. Algo faltaba en el análisis y críticas de los grupos feministas de los 90 (y aún en la actualidad) que de manera indisimulada expulsaba a tantas mujeres con discapacidad. 

 

El empeño demostrado por las organizaciones feministas hegemónicas por separar a toda costa el género de otras variables sociales, raza/etnicidad o la clase ha acabado por construir un modelo falsamente universal de mujer, incurriéndose así en un ingenuo y peligroso reduccionismo donde no caben todas las mujeres. También ha obstaculizado la vía al debate acerca de la necesidad de superar etiquetajes y de introducir enfoques críticos sobre la vigencia e idoneidad del binomio sexo-género. 

Imagen donde aparecen siluetas de mujeres con la mano alzada en señal de protesta"El empeño demostrado por las organizaciones feministas hegemónicas por separar a toda costa el género de otras variables sociales, raza/etnicidad o la clase ha acabado por construir un modelo falsamente universal de mujer, incurriéndose así en un ingenuo y peligroso reduccionismo donde no caben todas las mujeres"

Paralelamente, hay que reconocer que el trabajo que estas mujeres con discapacidad desarrollaban en los foros feministas no era lo suficientemente asertivo, elaborado y reflexivo como para que pudiera tener la incidencia apropiada. Este problema, no obstante, se subsanó en parte, con la eclosión durante esa década de organizaciones sociales de mujeres con discapacidad y de dispositivos instituciones en el marco de entidades de discapacidad mixtas (comisiones, vocalías, departamentos ad hoc), para abordar cuestiones relacionadas con el feminismo y la igualdad entre los géneros.


Estos espacios se convirtieron, no en un mero contenedor de actividades lúdico-recreativas, como muchos pensaron en principio, sino en verdaderos centros de pensamiento crítico que permearon, no sin fuertes resistencias, el trabajo de sus organizaciones de referencia. 

 

Como ha sido señalado, a esta resistencia interna inicial del movimiento de la discapacidad, hay que unir la incomprensión mostrada por una parte de las organizaciones feministas tradicionales que no siempre se han hecho eco de las demandas del movimiento de mujeres con discapacidad. Incluso en algunas cuestiones relacionadas fundamentalmente con los derechos reproductivos o en cuestiones relativas a las políticas de atención a las situaciones de dependencia, las mujeres con discapacidad han sido consideradas incluso enemigas directas, como se verá un poco más adelante. 

"A la resistencia interna inicial del movimiento de la discapacidad, hay que unir la incomprensión mostrada por una parte de las organizaciones feministas tradicionales que no siempre se han hecho eco de las demandas del movimiento de mujeres con discapacidad"

Esta exclusión expresada por una y otra parte, y de manera reiterada en los últimos años, ha provocado que las posturas y reivindicaciones mantenidas por las mujeres con discapacidad organizadas hayan encontrado más cabida en movimientos postfeministas (a pesar de los evidentes conflictos que esta inclusión supone) o en los denominados movimientos queer. 

 

También se ha llegado a hablar de la necesidad de poner en conexión el feminismo de la discapacidad con los llamados feminismos poscoloniales, recuperando la idea de que la discapacidad y el postcolonialismo son discursos interrelacionados, aunque en la mayoría de los casos dicha interrelación se ha mantenido en el ámbito de la pura metáfora. 

 

Así, la academia alude metafóricamente a la “discapacidad” a la hora de referirse a los efectos del colonialismo, por un lado, y por otro, considera colonialismo, por ejemplo, al intervencionismo médico del cuerpo considerado “defectuoso”, a los centros residenciales, a la falta de reconocimiento de la lengua de signos en algunos países o a los tratamientos psiquiátricos involuntarios.

 

Más allá de la metáfora, sin embargo, existe un vasto campo de sinergias entre la lucha feminista postcolonial y la lucha abanderada por las mujeres con discapacidad. Ambas se sitúan en los márgenes del feminismo hegemónico.

"Más allá de la metáfora, sin embargo, existe un vasto campo de sinergias entre la lucha feminista postcolonial y la lucha abanderada por las mujeres con discapacidad. Ambas se sitúan en los márgenes del feminismo hegemónico"

Como ya señalaba en la década de los ochenta Chandra Talpade Mohanty en su obra 'Bajo los ojos de Occidente: academia feminista y discursos coloniales': "Es necesario establecer un proyecto político e intelectual para los feminismos del Tercer Mundo a partir de una crítica a los feminismos hegemónicos de Occidente y formular estrategias feministas basadas en la autonomía de las mujeres teniendo en cuenta sus geografías, sus historias y sus propias culturas". 

 

Como ocurría con el conocimiento científico generado entorno a esos “otros pueblos” producida por la mirada extrañada de la antropología occidental, o sobre “esas otras mujeres” producida por el feminismo del Primer Mundo, de igual manera se hacía necesario, en el ámbito de la discapacidad, desterrar las aproximaciones basadas en la experticia médico-rehabilitadora, que había expropiado y manipulado saberes e intervenido cuerpos catalogados como anormales, y superar, además, esencialismos falsos relacionados con el género.    

 

Este esfuerzo por darle nombre y apellido al movimiento de mujeres con discapacidad no nos puede llevar al error de creer que todas las mujeres con discapacidad del mundo conforman un grupo homogéneo, y, por ende, esencializado. Nada más alejado de la realidad. De ser así, se estaría incurriendo en un hegemonismo de nuevo corte que difícilmente casa con la crítica inicial de la que parte el propio movimiento feminista de la discapacidad.

"Este esfuerzo por darle nombre y apellido al movimiento de mujeres con discapacidad no nos puede llevar al error de creer que todas las mujeres con discapacidad del mundo conforman un grupo homogéneo, y, por ende, esencializado. Nada más alejado de la realidad"

Como diría Gayatri Spivak, muchas de estas mujeres con discapacidad se encuentran aún en una posición de subalternidad, sin que ésta sea considerada como una definición monolítica que suponga una conciencia e identidad estática del sujeto, sino como un espacio de diferencia en la que el sujeto está apartado de cualquier línea de movilidad, y en la medida en la que siga caracterizado como sujeto subalterno, estará privado de voz propia y de identidad, dificultando así la acción política. 

 

Símbolo del feminismoEsta subalternidad da pie a que se pueda visibilizar aquello que el discurso feminista occidental (y capacitista, podríamos añadir aquí) ignora sistemáticamente, y mostrar así la diversidad de situaciones y experiencias que viven las mujeres con discapacidad, entrar a reconocer el entramado de opresiones que interactúan entre sí configurando discriminaciones insospechadas, y las estrategias de enfrentamiento nuevas.

 

Teresa de Lauretis, que habla de “mujeres muy distintas”, señala la necesidad teórica y política de revalorizar las diferencias entre las propias mujeres para, de esta manera, poder construir un proyecto político común de conocimiento e intervención en el mundo. No solamente es relevante así la diferencia sexual, sino también las diferencias de clase, de raza, de etnia, orientación sexual, discapacidad, etc.

 

La necesaria “política de localización” que reivindica Adrienne Rich exige desarrollar un pensamiento y proceso teórico alejado de la abstracción y que esté situado en la contingencia de la propia experiencia. Aquí, la localización primaria, sin duda, es el cuerpo, espacio que lejos de ser una cosa natural, está atravesado por construcciones políticas, sociales, económicas, culturales de toda índole, y donde la discapacidad como constructo social bien definido cobra una relevancia evidente. Dona Haraway defiende, por su parte, los saberes situados que entran en contraposición con la abstracción del sujeto patriarcal. 

"La subalternidad da pie a que se pueda visibilizar aquello que el discurso feminista occidental (y capacitista) ignora sistemáticamente, y mostrar así la diversidad de situaciones y experiencias que viven las mujeres con discapacidad"

Todo este edificio teórico tiene una importancia máxima para el feminismo de la discapacidad, donde entender las diferencias es necesario para poder tomar en consideración la diversidad que caracteriza a las propias mujeres.

 

Todo este edificio teórico tiene una importancia máxima para el feminismo de la discapacidad, donde entender las diferencias es necesario para poder tomar en consideración la diversidad que caracteriza a las propias mujeres.