Janet Frame, profetisa de los vencidos

Imagen de Janet Frame
Imagen de Janet Frame

«Las seis semanas que pasé en el hospital Seacliff en un mundo que nunca hubiera pensado que pudiera existir, fueron para mí un curso condensado de los horrores de la locura. Desde mis primeros momentos allí, supe que no podría volver a mi vida normal ni olvidar lo que vi. Muchos pacientes confinados en otros pabellones no tenían nombre, solo apodo; sin pasado, sin futuro, solo un Ahora encarcelado; una eterna tierra del presente, sin horizontes que la acompañen». Palabra de Janet Frame (Dunedin 1924-2004), escrita en su autobiografía Un ángel en mi mesa, llevada a la televisión primero, al cine después.

Tercera de cinco hijos (un hombre y tres mujeres), su padre fue un obrero del ferrocarril, y su madre, trabajadora doméstica (estuvo empleada en la casa de la también escritora neozelandesa Katherine Mansfield). Como a tantos otros artistas, el peso de su biografía opaca a día de hoy su fascinante obra. Leopoldo María Panero, Horacio Quiroga, Alejandra Pizarnik o Alda Merini saben de esto.

Janet Paterson Frame, tal es su nombre completo, nació un 28 de agosto de 1924, en Dunedin, la ciudad con la calle más empinada del mundo, Baldwin Street. Su único hermano nació epiléptico. Dos de sus hermanas, con un intervalo de diez años, murieron ahogadas. Comenzó a formarse como profesora («ellos piensan que voy a ser maestra, pero seré poeta», escribió en su diario) pero se forjó como superviviente.

Su físico resultaba ingrato: tendente a la obesidad, con dentadura endeble, debido a encías enfermas, y una timidez rayando en lo malsano, trató de suicidarse a los 21 años, tragándose un frasco de aspirinas. De la cata habla su candidez. Fue ingresada en Seacliff, el psiquiátrico más grande de Nueva Zelanda, con capacidad para quinientos pacientes y cincuenta empleados. La institución, que se inauguró con un escrupuloso respeto a la dignidad de los enfermos, fue degenerando en su trato con los mismos: humillaciones, violencia sistemática, encierros caprichosos…

Frame sufrió todo aquello. Después pasó por otros psiquiátricos (Avondale Lunatic Asylum o Sunnyside Hospital). Ocho años seguidos, la mayoría ingresos voluntarios. Se le diagnosticó esquizofrenia. Y se le aplicaron alrededor de doscientos electrochoques. Eran tiempos de moneda corriente para las corrientes eléctricas.

LITERATURA FRENTE A LOBOTOMÍA

Como no mejoraba su melancolía ni su depresión, como no hozaba lo suficiente la medicación para arrastrarla del lado del deseo vital, los médicos convencieron a los padres para practicarle una lobotomía, operación neuroquirúrgica que seccionaba los nervios que conectan los lóbulos frontales del cerebro con otras partes. Los síntomas eran irreversibles: pérdida del control de esfínteres, astillamiento de la personalidad (infantilismo, miedos nocturnos, pérdida del autocontrol y cuidado). Programada la intervención, podríamos decir que la salvó la literatura. Cuando el cuadro médico supo por la prensa que a la paciente se le había concedido el prestigioso premio Hubert Church Memorial, por su libro La laguna y otros relatos, decidieron cancelar la lobotomía. Por aquel entonces, residía en Seacliff.

Cuatro años más tarde, recibe el alta y conoce al escritor Frank Sargeson, con una gran proyección en ciernes, tanto por su exquisito estilo minimalista, como por sus protagonistas, masculinos e infelices, así como por su homosexualidad, de incómodo encaje para la sociedad de la época. Sargeson acogió a Frame en su casa de Takapuna, ofreciéndola trabajo. Allí escribió su primera novela, Cuando canta el búho, que relata su vida en el encierro. «La oscuridad es una respuesta aterradora», nos dice.

Para entonces, su experiencia en distintos psiquiátricos ya ha hecho de ella profeta de los vencidos, de los sin nombre, de los dóciles y silenciosos, de los que son vestidos con camisa de fuerza, de los cuerpos mancillados a golpes por no obedecer.

Abandona Nueva Zelanda en 1957. No quiere regresar a su casa. No se entiende con su padre. No se lleva bien con su hermano. Se instala en Londres, en Ibiza, en Andorra. Cambia su nombre por el de Nene Janet Paterson Clutha, en parte para despistar a su familia, en parte para honrar a Tamati Waka Nene, jefe maorí de la tribu Ngāpuhi iwi, por quien sentía enorme admiración e incorporar(se) el río Clutha, el segundo más largo de Nueva Zelanda.

El doctor John Money se hace cargo de ella. El doctor John Money fue decisivo en el tratamiento hormono-quirúrgico de la transexualidad. Cuando conoce a Frame, con diagnóstico en firme y secuencia de ansiedad y depresión, se dedica a fondo a estudiar su caso. Y enmienda la plana. Asegura que no es esquizofrénica. Le presenta al psiquiatra Robert Hugh Cawly, para que la supervise. Frame le dedicó siete de sus novelas.

«Finalmente fui citada a la sala de entrevistas, donde el equipo médico se encontraba sentado ante una larga mesa presidida por sir Aubrey Lewis. El equipo ya había celebrado sus reuniones y llegado a sus conclusiones, y después de mantener una breve conversación conmigo, sir Aubrey pronunció el veredicto. Yo nunca había padecido esquizofrenia, dijo. Jamás debería haber sido ingresada en un hospital psiquiátrico. Cualquier problema que pudiera experimentar en la actualidad era sobre todo el resultado directo de mi estancia en el hospital». Así lo recoge en uno de los tres volúmenes de su autobiografía (To the islandUn ángel en mi mesa y The envoy from mirror city).

Frame fue cosechando reconocimientos, como el nombramiento de Comandante de la Orden del Imperio Británico, la Orden de Nueva Zelanda o su ingreso en la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. Sonó como candidata al Nobel. Murió a los 79 años, por una leucemia. Al poco tiempo, una revista médica publicó un artículo en el que se aseguraba que podría haber tenido espectro autista.

Su obra, su estilo, descompensa lo «normal» hasta conducirlo a parámetros que lo ponen en entredicho. Con un realismo social que recala en los frágiles, en los rotos, tiene latidos filosóficos, y de vuelo lírico, al tiempo que por momentos asoma un tímido marxismo que se invoca como si el hecho de asumirlo pudiera por sí mismo eliminar la distancia de las clases. Su búsqueda de trascendencia y su forja experimental del lenguaje la convierten en un autora fascinante y no especialmente lacónica: tres colecciones de cuentos, trece novelas, un libro para niños y tres volúmenes autobiográficos.

De Frame resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: «El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y pomposamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya místicos, ya desesperados de este poeta, ya que en ellos está contenido un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima».