Explotables

Vícky Bendito. Foto Félix Renedo.
V?cky Bendito. Foto F?lix Renedo.
De las personas con discapacidad se presume que somos asexuadas y que las mujeres, especialmente, no somos deseables. Pero somos explotables sexual y laboralmente. Me acuerdo de una noticia que informaba del rescate de una joven con discapacidad que estaba siendo prostituida tras captarla con el método del ‘lover boy

No solo cobramos menos que los hombres sin discapacidad, no solo cobramos menos que las mujeres sin discapacidad, que ya de por sí ganan menos en general que la otra casi mitad de la población, es que cobramos menos que los hombres con discapacidad. 

Somos explotables

No solo nos cuesta más tener trabajo, es que los trabajos que hay para nosotras son los más ingratos y peor valorados ¿cuántos hombres con discapacidad se dedican al sector de la limpieza, por ejemplo? La limpieza, un trabajo cada vez peor pagado, pese a ser tan esencial y tan invisible, hasta que se deja de hacer.  

Somos explotables

Se cuestiona nuestra capacidad para ser madres, pero no nuestra capacidad para cuidar de otras personas dentro de la familia. 

Somos explotables y somos invisibles 

Hasta el día en que nos matan. Ahí, sí, ocupamos titulares. Como el caso de Soledad. Una mujer con discapacidad, madre de un hijo, también con discapacidad, cuidadora. Fue asesinada por su marido, ese que, antes de arrebatarle la vida, le robó hasta las ganas de cantar. 

Ella, que tenía problemas de movilidad y muchos dolores, no podía salir de casa y dormía en el sofá porque era el único sitio donde podía conciliar el sueño, tras una jornada, y otra, y otra cuidando de su hijo y de la casa: ordenando, cocinando, limpiando.  

Y allí, en el único sitio donde podía conciliar el sueño, la mató a puñaladas. Él terminó en la UCI, con cortes en la muñeca. Pobrecito. No sé si sobrevivió ni me importa, francamente. Espero que se haya ido al infierno, por violento y por machista. Porque quien me importa es ella, ella y todas las mujeres cuidadoras que son maltratadas impunemente y que no sólo han de sobrevivir a la violencia machista, las que sobreviven, sino vivir con una discapacidad que no han elegido, como tampoco eligieron el sexo con el que nacieron y por el que son brutalmente golpeadas sin que nadie escuche el grito que llevan escrito en sus ojos. 

Me importan todas esas mujeres que, como ella, son explotadas por sus propias familias y por una sociedad que ni les paga ni agradece su trabajo, porque, aunque nadie se lo remunere, es un trabajo. Según datos difundidos por Carola López Moya, presidenta del Instituto Magnolia, 9 de cada 10 cuidadoras son mujeres, que echan, ojo, la nada despreciable cantidad de 4.200 millones de horas no remuneradas al año en cuidados informales. Un trabajo que supone hasta el 4,6% del PIB. 

Sin embargo, las ayudas a la dependencia suponen menos del 1%. Ahí queda eso. No quiero ni pensar en las ayudas que recibirán las mujeres cuidadoras con discapacidad que tengan acreditada su condición claro, porque, esa es otra. ¿Cuántas mujeres con discapacidad hay que no pueden hacer las gestiones para obtener el certificado? ¿Y cuándo lo hacen? ¿A cuántas se les niega porque los baremos se han establecido desde una perspectiva androcentrista? ¿Cuántas enfermedades discapacitantes propias de mujeres quedan fuera? ¿Cuántas mujeres con discapacidad sobrevenida por violencia machista no tienen ni la cabeza, ni el cuerpo ni tiempo para realizar una gestión que, además, resulta ardua y que han de llevar a cabo solas? Solas.  

Una sociedad que trata de manera tan desconsiderada a la mitad de su población no puede sentirse orgullosa. Porque no es justa, porque no es igualitaria, porque convierte en papel mojado el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que reza así: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Fraternalmente. Los unos con los otros. La cuestión es que los unos, no se comportan fraternalmente con las otras, con nosotras. 

Como dijo Amelia Valcárcel en el observatorio sobre feminismo y discapacidad organizado por Fundación CERMI Mujeres el pasado 3 de marzo, hay una verdad declarativa: Hombres y mujeres valen lo mismo. Decimos que valen lo mismo, pero nos guardamos otra verdad. 

Y en el caso de las mujeres con discapacidad, se entierra.