Opinión

Bebés robados

Vicky Bendito, periodista

Pensaba que lo de los bebés robados era cosa del pasado, que ya no sucedía, pero sucede. En el webinario “No estás sola” del pasado 9 de junio, titulado “Madres sin hijos”, escuché un testimonio protegido que me dejó impactada.

Una mujer con discapacidad intelectual y su pareja deciden tener un bebé. Tras un tiempo intentándolo, por fin se queda embarazada y, feliz, anuncian la buena nueva a los cuatro vientos. Desde Servicios Sociales deciden ponerle a alguien para ayudarla, en teoría, pero, en realidad, era para examinarla, para comprobar, antes siquiera de dar a luz, antes siquiera de dar de mamar a su bebé, de ponerle el primer pañal, si estaba capacitada para ser madre. 

Tras un informe negativo, el mismo día que da a luz, el mismo día, el Juzgado de Menores le arrebata a su bebé de sus brazos. El bebé fue entregado a una familia de acogida y ella solo puede ver a su bebé una vez al mes. No quiero imaginar lo que eso puede suponer. Con el tiempo, mientras la idea de recuperar a su criatura se disipa, ella comienza a somatizar, sin recibir la atención que merece cualquier mujer a quien le han arrancado lo que más quería, su hija o su hijo. Nadie le dio importancia. Y, con el tiempo, enferma. 

Nadie le dio la opción de intentarlo, nadie pensó que podían formarla, que podían acompañarla con profesionales que la prepararan, que podía ser responsable de su bebé, que podía estar capacitada para ejercer su maternidad. ¿Cómo no iba a enfermar? 

Y lo peor, con la anuencia de todo un sistema que actuó como una apisonadora, sin un atisbo de empatía, de humanidad. La diferencia con los bebés robados es que ella sí sabe dónde está su criatura. Lo terrible, que jamás volverá a tenerla con ella, pues el bebé, si no recuerdo mal, ha sido dado en adopción. 

¿Quién le da a esta mujer una explicación lógica de por qué le quitaron a su bebé? No hay más explicación que la vergonzosa estigmatización de la discapacidad intelectual. Su único delito, su osadía, fue querer formar una familia con su pareja, como tantas muchas en el mundo, y quedarse embarazada, como tantas muchas en el mundo.

Imagino la cantidad de gente que se llevaría las manos a la cabeza por esa locura. ¡A quién se le ocurre! Conozco a unas cuantas mujeres con discapacidad que han querido ser madres, otras que no, por supuesto, que han podido serlo, que lo son, pero no sin mucha fortaleza mental frente a quienes han cuestionado esa decisión, que no son pocas personas, suelen ser muchas y muy insistentes. 

Porque ese perro del hortelano social y sistémico, que ni come ni deja comer, es el que azuza a muchas mujeres con discapacidad, a las que se les pregunta si tienen hijos, y si no los tienen, ay, pobrecitas, y si los tienen, ¡qué barbaridad! ¿Cómo los cuida? ¡Pues como cualquier madre, coño, ya! Que ningún bebé viene con libro de instrucciones, ninguno. 

La discapacidad no puede ser la excusa para cuestionar la capacidad de ninguna mujer para hacer de su capa un sayo y tener su propio proyecto de vida, sus ambiciones personales y profesionales. No puede ser la excusa para cortar por lo sano un proyecto personal, sin más explicación, sin más apoyos, sin más nada que el esto es así y punto, que no sabes lo que haces, que no sabes lo que dices. Nosotros sí sabemos lo que es mejor para ti, bonita. Es por tu bien. 

Y se usa, se sigue usando, no solo por el entorno más cercano, no solo por la sociedad, sino por todo un sistema deshumanizante, que, en este caso, se olvidó de proteger a los más vulnerables, a una mujer que decidió ser madre y no la dejaron, y a una criatura a la que no le dieron la oportunidad de ser cuidado y amado por la madre que lo parió.