Hace unos días, el gobierno de Turquía decidió abandonar el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica. Gracias a este gran tratado europeo de carácter jurídicamente vinculante y relativamente reciente, de 2011, hay Estados que están introduciendo cambios en la legislación e implementando políticas públicas más firmes contra las violencias machistas. Lamentablemente, también hay Estados europeos que continúan anclados en la comodidad del silencio, en ese mirar para otro lado y consentir la injusticia y la violación de los derechos humanos de las mujeres.
La falta de credibilidad de las mujeres es la gran mentira del patriarcado. La fake news más vieja del mundo y la más perdurable. El virus de la misoginia, el desprecio más absoluto a las mujeres y a las niñas por el mero hecho de tener vagina, tiene unas raíces profundas y muchas variantes que le permite sobrevivir y continuar propagándose en nuestras sociedades. La mejor vacuna posible tiene un único compuesto muy sencillo: creer a y en las mujeres. Esa sería la base de nuestra educación como persona y como comunidad, de una legislación poderosa y de unas políticas públicas que merecen llamarse feministas y valientes.
Da escalofríos observar que, tal y como se entra, se sale de un convenio que representa el esfuerzo internacional de proteger a las mujeres y las niñas de la violencia a la que nos enfrentamos todos los días. Que en cuestión de derechos para las mujeres como se avanza, se retrocede. Vivimos en sociedades, aunque algunas sean mucho más amables, seguras y justas que otras, donde por una cosa, por otra o por todas es “completamente legal” y “así de fácil” convertirnos en objetos, explotarnos, violarnos, desprestigiarnos, anularnos. ¿Creer a las mujeres? ¿Creer a las niñas? Continuemos silenciándolas, cuestionándolas, limitándolas. Este sigue siendo el mensaje de fondo.
2020 fue el año en que España creyó a las personas con discapacidad y, concretamente, a las mujeres y a las niñas con discapacidad, eliminando del derecho español cualquier posibilidad de esterilización forzosa o no consentida, con autorización judicial, de las personas con discapacidad incapacitadas judicialmente. Recordemos que la mayoría de las personas con discapacidad sometidas a esta práctica eran mujeres. A nadie pareció resultarle extraño hasta que la Fundación CERMI Mujeres y CERMI Estatal enfocaron esos lugares oscuros del derecho que reflejan los de nuestra sociedad.
Capacitismo y audismo son también virus muy enraizados en nuestras sociedades. El primero nos condena a todas las personas con discapacidad; el segundo, a las personas sordas. Es agotador que tus opiniones, tus capacidades, la lengua en la que te comunicas, tu testimonio y tu modo de vida carezcan de valor en el imaginario colectivo, ante la ley, o que te obliguen a ser o parecer menos sorda, a disimular tu discapacidad, sea cual sea, para que pase desapercibida. Todo forma parte de un mismo discurso elaborado y mantenido desde el poder a lo largo de los siglos
Decía Vicky Bendito en su artículo “Basura” que hay que desconstruir la sociedad machista. Hagamos lo mismo con la sociedad audista y capacitista.
Creer a las mujeres y a las niñas con discapacidad supone tirar a la basura cualquier discurso opresor que nos limite, por poderoso, por políticamente correcto, por creíble que este parezca.
Luchar por las mujeres y las niñas con discapacidad es creer en nosotras y con nosotras. YoSiTeCreo
Por Concha Díaz. Miembro del Patronato de la Fundación CERMI Mujeres.